26 de marzo de 2015

Obituario: nuestro amigo y compañero Guillermo Mateu Mateu

No voy a hacer un panegírico formal del Dr. Mateu puesto que de ello se ocuparán personas más conocedoras de sus méritos científicos y académicos, y de su trayectoria como personaje insigne que fue. No se nos oculta a ninguno de los que le hemos tratado, que ha sido una persona fuera de lo común, con una inteligencia y capacidad de trabajo ciertamente inusual, pero sobre todo, y en el ámbito profesional, una persona absolutamente comprometida con la Ciencia. Un científico integral.
En la laguna de Venecia tuvimos la ocasión de recorrer todos los canales en una embarcación del CNR y comprobar los problemas derivados de la subsidencia de la zona. 
Yo no he tenido la suerte que tuvo mi colega el Dr. Juan Acosta Yepes, compañero de profesión y de Institución, quién siendo alumno de bachiller tuvo como profesor a Guillermo cuando impartía su docencia, todavía enfundado en sus hábitos de Corazonista, cumpliendo con una de las misiones de la Orden  que es la instrucción de los niños y jóvenes. Corrían los años 60 y Guillermo ya destacaba por sus aptitudes docentes y sus conocimientos, a los que daba forma científica en el marco de su Tesis doctoral. El final de la década lo estableció su incorporación al Instituto Español de Oceanografía, tomando acomodo en el Centro Oceanográfico de Baleares.

Relacionarse con Guillermo no era difícil, lo verdaderamente difícil era dar la talla intelectual a su lado. No seré yo el que asegure que conseguí darla, pero sí que diré que él, desde su infinita humanidad, sabía hacerte sentir que de verdad estabas al nivel en el que él mismo se encontraba. Formado en el más profundo humanismo cristiano, tenía dotes de maestro y orador. La Congregación de los Sagrados Corazones le había formado para impartir disciplina a los más jóvenes, y de esa práctica sacó extraordinarias maneras pedagógicas que nunca abandonó. Su versatilidad docente le llevó a cambiar el púlpito eclesial por la tribuna universitaria, disertando de forma ilustrada en las academias científicas más renombradas. Sus disertaciones eran de igual sustancia cuando las impartía desde lo alto de una tarima en la universidad -o en cualquier foro científico-, o cuando lo hacía desde el otro lado de la mesa en un almuerzo entre amigos. 
En Trieste (Italia) junto con el Director General Rafael Robles, con ocasión de la celebración de la CIESM
Aquella forma de argumentar y el énfasis que ponía en ello hacia que se sumergiera de manera muy profunda en el asunto. En ocasiones se sumergía de tal manera en el tema sobre el que disertaba que llegaba a olvidar el idioma en el que estaba hablando, de forma que enlazaba inmediatamente con el mallorquín materno que utilizaba habitualmente. En una ocasión, en plena ponencia sobre el estrado de un foro científico, observé que pasados los primeros minutos de su exposición realizada en francés, había comenzado a hablar en mallorquín. Yo me encontraba acomodado en la primera fila de la sala, junto al estrado, así que comencé a hacerle gestos para que retomara el francés. De pronto, al reparar en mí, interrumpió la exposición y me miró con gesto de sorpresa, “¿Qué quieres?”, y le respondí rápidamente que tenía que exponer en francés. Con un gesto de extrañeza me contestó “pero si es lo que estoy haciendo”.
Guillermo Mateu interviniendo en las Jornadas de Ciencias Marinas (Alicante, 1992)
Por mediación suya llegamos a conocer a personajes de muy elevada talla intelectual y científica, como Guillem Colom o Ramón Margalef, con quienes hacía tertulia sobre cualquier asunto científico que cayera sobre la mesa. Con ocasión de celebrarse unas jornadas científicas en el marco de la Fundación Ramón Llull, organizadas por el propio Guillermo, a las que me había invitado para presentar los resultados de los estudios que habíamos realizado en la Bahía de Palma, pude comprobar la humildad y sencillez que destilan estos científicos que habían alcanzado la cumbre del reconocimiento de la comunidad científica.
Los miembros de la Delegación española en la CIESM, entre la que se encontraba Mª José Viñals, una de las alumnas más aventajadas de Guillermo.
Guillermo era tan cercano y familiar que llegabas a quererlo al minuto de tratarlo. Había entablado sincera amistad en el Centro Oceanográfico con el también fallecido Pedro Balle Cruellas, Doctor en Geología y Profesor de Ciencias Naturales. Ambos oceanógrafos quedarían encuadrados posteriormente en el Departamento de Geología Marina desde el mismo momento en el que se creó. Fue entonces cuando tuve la ocasión de conocerlos y empezar a tratarlos. Ambos eran personas de familiaridad entrañable y mallorquines de pura cepa. Poco antes de jubilarse Pedro,  ambos se embarcaron en el B/O Cornide de Saavedra en una campaña que realizamos en el Estrecho de Gibraltar, en el marco del estudio para el enlace permanente Europa/África. Fueron días inolvidables en los que pudimos conocerlos mucho mejor y valorar su inmensa dimensión humana. A partir de entonces continuamos las colaboraciones con Guillermo, puesto que Pedro se jubiló al poco tiempo. Recuerdo que la inscripción que grabamos en plata para homenajear a Pedro la escribió Guillermo. Era un texto muy breve pero de tal profundidad afectiva que nos emocionó a todos cuando Pedro lo leyó a bordo durante el festejo que le organizamos.
Exposición de la Cartografía de la Bahía de Palma realizada con la colaboración de Guillermo (en la fotografía Víctor Díaz-del-Río, Jose Luis López Jurado, Guillermo Mateu y Juan Antonio Camiñas)
A Guillermo le ilusionaba mucho que los geólogos trabajáramos en torno a las islas Baleares, así que se volcaba con la tarea que se le encomendara en cada actuación. Todo lo que necesitaba era disponer de muestras de sedimento superficial y fomentar la activa discusión de los resultados. Para qué os voy a contar cuando además de las muestras superficiales extraíamos testigos verticales del fondo marino. Aquello era una fiesta. Me viene a la mente el estudio que hicimos en la Bahía de Palma para cartografiar las praderas posidonícolas. En aquella ocasión realizamos varias testificaciones verticales que procesamos en el Centro Oceanográfico de Baleares. Guillermo se quedó con la mitad de cada testigo cuyo análisis determinó un descomunal impulso de la caracterización de la biosedimentación en la bahía. No me puedo olvidar de aquellas inmensas cajoneras de su despacho en las que se acumulaban, de manera obsesivamente ordenada, cada una de las especies de microforaminíferos que Guillermo había ido identificando a lo largo de su vida. Abría una cajón y cogía una cajita, y en cada cajita una historia. Cartagena de Indias, Caribe, Antártida, Galicia, Cantábrico, etc., una suerte de mapamundi en forma de foraminíferos encerrado en los cajones. Verdaderamente prodigioso.
Guillermo Mateu, Víctor Díaz-del-Río y Manuela Sánchez Ramos, camino de Cabrera
Siempre me sorprendió su tendencia a enervarse con determinados asuntos. Pero era muy singular comprobar que a lo largo de la argumentación se iba encendiendo paulatinamente al tiempo que afloraba su magnífica erudición a través de los vocablos, cada vez más enrevesados, que de manera precipitada iban saliendo de su boca. En cada argumentación utilizaba casi medio diccionario. Era impresionante. Tengo que decir que yo solamente vi a Guillermo verdaderamente enfadado, y precisamente conmigo, en una sola ocasión. Estábamos en Cabrera y había llegado la hora del almuerzo. La organización del evento había aportado panes de Inca y sobrasadas de primera categoría, amen de otras viandas de no menor calidad. Se desplegaron encima de la mesa y me tocó en suerte preparar los panes y cortar la sobrasada. Ni corto ni perezoso saqué mi navaja de campo y la hinqué en un extremo del embutido produciendo una incisión que recorrió de punta a punta toda la sobrasada. ¡Ni un cirujano hubiera iniciado una intervención con aquella precisión! Una vez infringida la incisión al embutido, la desplegué de babor a estribor dejando al descubierto todo el contenido del pellejo. Realizada la faena con éxito me dispuse a reproducirla de manera expeditiva en la segunda sobrasada del lote que me había caído en suerte. De pronto escucho la voz de Guillermo invocando mi nombre, “Victor, ¿pero qué estás haciendo?”. Silencio sepulcral en la mesa. Todos clavan sus miradas en mí. El pánico me invade. Le explico mi estrategia con la sobrasada para que todos se puedan untar un poco en los panes de Inca. Con la cara desencajada y con voz pesarosa añade, “pero si la sobrasada no se unta, hay que cortarla en rebanadas para ponerlas sobre el pan”. La verdad es que yo no sabía dónde esconderme, así que solo pude responderle que yo, en realidad, era gallego y me había pasado toda la vida untando la sobrasada. Mi único consuelo era saber que Guillermo se había enfadado conmigo por culpa de una sobrasada. Siempre que hubo ocasión me recordó el lance entre risas cómplices.
Guillem Colom y mi esposa Manuela Sánchez Ramos durante una jornada en Palma con Guillermo.
Todos esos recuerdos, y muchos otros de los momentos que hemos compartido, son los que conforman la imagen que vamos a guardar siempre de Guillermo, de su persona, de nuestro compañero y amigo. Descansa en paz, Guillermo, amigo, y gracias por todo lo que nos has dado.

1 comentarios:

  1. Muchas gracias Víctor, por hacer un retrato tan acertado y tan humano sobre mi padre. Imagino, aún sin estar presente, la cara que debió poner cuando sucedió la anécdota de la sobrasada.

    Un abrazo

    Guillem Mateu

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